Imagen propiedad de MGM.
Reseña: Robocop
Año: 1987
Director: Paul Verhoeven
Género: Acción/Ciencia Ficción
Duración: 1h 43m
Por Chan Ponce
Le ética y el orden social establecido son dos cosas
muy diferentes. Encontrar sus puntos en común no es tarea sencilla, pero
valdría la pena preguntarnos: -¿Hasta dónde se nos es permitido manipular a un
cuerpo humano?; ¿Es válido golpear y matar indiscriminadamente a criminales
mientras la ley lo permita?-
Ambas preguntas parecen estar fuera de lugar una con
la otra, pero en una sociedad que se deja manipular por el discurso hegemónico ofrecido
por los medios masivos de comunicación y el sistema político económico en el
que nos encontramos, quizá ambos cuestionamientos no se encuentren tan
desligados después de todo.
En Robocop (1987) del director francés Paul Verhoeven, podemos ver como el
oficial Murphy (Peter Weller) es sometido a una explotación quirúrgica que lo
convertirá en un oficial de policía humanoide que utilizará sus ventajas
robóticas (tanto de programación como físicas) al servicio de un corporativo
dispuesto a quedarse con la concesión para combatir el crimen en un distópico
Detroit, en el que diferentes empresarios se disputan dicha plaza justiciera
como si de una franquicia se tratase. Por un lado, vemos como los
cuestionamientos éticos acerca de la privación de humanidad a un agente de la
justicia parecen no estar presentes para los empresarios, sino que el único
riesgo valido es el de perder o ganar capital financiero.
No solo vemos como los policías (los de carne y hueso,
pues) están al borde de una huelga y siendo asesinados diariamente en las
calles, sino que vemos que su trato a los criminales es primero a base de
violencia que de racionamiento. La película ya nos retrata un escenario donde
la justicia ha fallado y se ha convertido en un escenario caotico, pero que
además, se ve amenazado por la sustitución robótica del personal humano en pro
de los intereses capitalistas y fascistas de la sociedad de consumo
norteamericana (fácilmente replicada en diferentes países).
Los noticieros que vemos no solo hablan de la
violencia como un ente cotidiano, sino que además, la consumimos y compramos
mientras vemos la televisión. Las pausas comerciales dentro de la película nos
muestran a una familia jugando un juego de mesa llamado “Nukem” (traducible
como “Bombardear”) en el que una familia tiene una reunión donde los bombardeos
a medio oriente son cosa de diversión (recordemos que la Guerra del Golfo
Pérsico estaba a nada de estallar), o como el miedo se utiliza en otro
comercial donde un dinosaurio persigue a una familia para vendernos un automóvil.
El miedo nos hace consumidores, la violencia nos genera diversión. Dicho de paso, la manera en que Verhoeven
entrecruza la transmisión de televisión con la acción de la trama de la
película (sumado a los puntos de vista de RoboCop, que asemejan a una
videocámara de vigilancia) termina por germinar en una construcción
cinematográfica que fusiona formatos que nos hacen pensarnos como esos
consumidores de violencia a los que se dirigen los productos de los comerciales…
y la película en cuestión.
Su discurso retórico en clave de película de acción badass no es más que un caballo de Troya para cuestionar como la
justicia en un sistema capitalista no es más que una ilusión que, construida
deliberadamente, constutuirá un régimen fascista al servicio de los poderosos. RoboCop es pues, de alguna manera, un
hijo prodigo entre Aldous Huxley y George Orwell al más puro estilo de Mad
Max (1979) y Terminator (1984).
Caballo de Troya porque en su capa de blockbuster veraniego (que nada
tiene de malo, dicho sea de paso) se esconde en sus fisuras cuestionamientos
bastante pertinentes que dependerá del espectador poder identificar. Cuando
vemos como algunos policías obedecen ciegamente a la orden de traicionar a RoboCop mientras que otros tanto se lo
cuestionan, o en el ver que el protagonista de la historia no puede desobedecer
los principios con los que fue programado (obedecer la ley o no arrestar a
nadie del corporativo, por ejemplo) son en sí, puntos que nos hacen
cuestionarnos si el factor humano sea nuestra única salvación cuando las leyes
y/o el stablishment comprometan la
ética que nos da dignidad humana.
Ver que enormes máquinas de matar no pueden bajar unas
simples escaleras o ver como la atención de la criminalidad se centra solo en
criminales de poca monta que se hacen más poderosos para servir a los intereses
empresariales (siendo más peligrosos los de cuello
blanco) solo resalta el absurdo de un mundo planteado como lejano, pero que
se visibiliza tan presente que nos aterra solo de verlo.
El realce de la premisa de Verhoeven se torna aún más
interesante cuando vemos que RoboCop
solo puede cumplir con su objetivo de justicia cuando las cosas se sujetan a
los requisitos con los que fue programado. Al final (sin spoilers, claro está),
se nos muestra que Murphy a.k.a RoboCop cumple
su objetivo sin que los empresarios enfrenten a la justicia realmente. La
manera en que se nos muestra tal suceso, dibujando en el protagonista la figura
de un héroe de acción norteamericano nos confronta como espectadores: ¿Somos capaces
de pensar y cuestionar lo que se nos muestra en pantalla o solo responderemos
en relación a como hemos sido programados? La diferencia a la interrogante se
encuentra, quizá, en como recibimos a la película: como consumidores programados
o como seres humanos.
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viernes, 31 de julio de 2020
Reseña: Robocop (1987)
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