Imagen propiedad de Paramount Pictures. |
Reseña: The Truman Show
Año: 1998
Duración: 99 min
Director: Peter Weir
Género: Comedia dramática
Clasificación: A
Por Cristhian Ponce
La
vida, así como una pintura abstracta, suele tener múltiples interpretaciones. En la búsqueda
de su significado podríamos definirla como un espectáculo. Y no uno cualquiera,
no tan solo una simple apuesta escénica. Los momentos y situaciones que vivimos
van conformando un entretejido audiovisual que nuestra mente recordara durante lo
que la misma vida nos permita. Nuestra búsqueda por respuestas a nuestra
existencia puede tener múltiples connotaciones. No obstante, a pesar de ello,
nuestra búsqueda suele verse truncada por la representación de la realidad que
nos han mostrado y por todos aquellos límites que nos van imponiendo a cada
paso de nuestro andar. El director Peter Weir lo sabe y no pretende quedarse
con ello en mente.
En
The Truman Show vemos como el
protagonista de la historia, Truman (una de las mejores actuaciones Jim Carrey),
es la estrella de un reality show en donde se transmiten todos los sucesos de
su vida, emitido durante las 24 horas del día. Dichos sucesos que van desde su
nacimiento hasta llegar a su actualidad como un hombre adulto. A pesar de que
su vida ha sido todo un suceso para una enorme audiencia mundial que siempre está
pendiente de él, Truman desconoce que todo se trata de un show televisivo. El
creador del programa, Christoff (Ed Harris), ha creado un mundo para él. Un
escenario, una ciudad ficticia llena de actores profesionales, mismos que fungirán
como las personas que rodean la vida de Truman. Todo funciona a cabalidad,
hasta el día en el que Truman comienza a dudar de la realidad en la que vive.
La
película nos recuerda sin duda al Gran Hermano, personaje creado por George
Orwell para su famosa novela 1984,
mismo que vigila constantemente a los habitantes de una sociedad distópica.
Curiosamente en el año 1997 aparecería el show televisivo de origen holandés Big Brother, en donde se transmitía la
vida de diferentes personas que vivían encerrados en una casa y en la que el público
decidía su estancia en dicho lugar. Tan
solo un año después, esta cinta aparece en las salas de cine mundiales.
¿Coincidencia? Por supuesto que no. Es evidente que una sociedad se había
refugiado (o deberíamos decir, dominado) completamente por la televisión. Su búsqueda
por ver la vida real era suplida por un show televisivo.
En
este caso no solo hablamos de la enorme influencia de la televisión en las masas
y de cómo ha permeado para el desarrollo de su visión y comprensión (Homo Videnns, como lo denominara Giovanni
Sartori), sino de todo aquello que va constituyendo nuestro mundo, nuestra
visión de la realidad o lo que es peor: la visión que nos han impuesto. En esa búsqueda
asidua, dichos estándares podrían no satisfacernos. ¿Por qué conformarnos con la
vida tal cual la tenemos?, ¿Cuáles son los límites de la existencia?
El
trayecto carismático de Truman nos evidencia nuestra búsqueda por apaciguar
nuestro endeble vivir. La música del film, compuesta por Phillip Glass,
puntualiza tanto en esa emoción de vitalidad así como en ese accionar monótono de
la vida del protagonista. Tal pareciese
que es el comienzo del andar de un Zaratustra escrito por una pluma más optimista
que la de Friedich Nietzche. Pero no hay que asustarnos. El excelso guion del
film escrito por Andrew Niccol (que le mereció una nominación al Oscar), provee
un discurso accesible tanto para quien
este completamente metido en los cuestionamientos filosóficos de diversos
autores, así como del televidente promedio.
Al
final, solo cabe preguntarse si nuestra historia es más semejante a la de
Truman y su búsqueda por las respuestas a su mundo, o a la de los televidentes
que solo están dispuestos a vivirla frente a una pantalla. Cuando encontremos
la respuesta, quizá podremos saludar, tal como el protagonista, y dar los
buenos días, las buenas tardes y las buenas noches, solo por si acaso ya no
estamos aquí.
Calificación: 9/10