viernes, 30 de diciembre de 2016

Reseña: The Truman Show

Imagen propiedad de Paramount Pictures.


Reseña: The Truman Show

Año: 1998
Duración: 99 min
Director: Peter Weir
Género: Comedia dramática
Clasificación: A

Por Cristhian Ponce

     La vida, así como una pintura abstracta, suele  tener múltiples interpretaciones. En la búsqueda de su significado podríamos definirla como un espectáculo. Y no uno cualquiera, no tan solo una simple apuesta escénica. Los momentos y situaciones que vivimos van conformando un entretejido audiovisual que nuestra mente recordara durante lo que la misma vida nos permita. Nuestra búsqueda por respuestas a nuestra existencia puede tener múltiples connotaciones. No obstante, a pesar de ello, nuestra búsqueda suele verse truncada por la representación de la realidad que nos han mostrado y por todos aquellos límites que nos van imponiendo a cada paso de nuestro andar. El director Peter Weir lo sabe y no pretende quedarse con ello en mente.

     En The Truman Show vemos como el protagonista de la historia, Truman (una de las mejores actuaciones Jim Carrey), es la estrella de un reality show en donde se transmiten todos los sucesos de su vida, emitido durante las 24 horas del día. Dichos sucesos que van desde su nacimiento hasta llegar a su actualidad como un hombre adulto. A pesar de que su vida ha sido todo un suceso para una enorme audiencia mundial que siempre está pendiente de él, Truman desconoce que todo se trata de un show televisivo. El creador del programa, Christoff (Ed Harris), ha creado un mundo para él. Un escenario, una ciudad ficticia llena de actores profesionales, mismos que fungirán como las personas que rodean la vida de Truman. Todo funciona a cabalidad, hasta el día en el que Truman comienza a dudar de la realidad en la que vive.

     La película nos recuerda sin duda al Gran Hermano, personaje creado por George Orwell para su famosa novela 1984, mismo que vigila constantemente a los habitantes de una sociedad distópica. Curiosamente en el año 1997 aparecería el show televisivo de origen holandés Big Brother, en donde se transmitía la vida de diferentes personas que vivían encerrados en una casa y en la que el público  decidía su estancia en dicho lugar. Tan solo un año después, esta cinta aparece en las salas de cine mundiales. ¿Coincidencia? Por supuesto que no. Es evidente que una sociedad se había refugiado (o deberíamos decir, dominado) completamente por la televisión. Su búsqueda por ver la vida real era suplida por un show televisivo.

     En este caso no solo hablamos de la enorme influencia de la televisión en las masas y de cómo ha permeado para el desarrollo de su visión y comprensión (Homo Videnns, como lo denominara Giovanni Sartori), sino de todo aquello que va constituyendo nuestro mundo, nuestra visión de la realidad o lo que es peor: la visión que nos han impuesto. En esa búsqueda asidua, dichos estándares podrían no satisfacernos. ¿Por qué conformarnos con la vida tal cual la tenemos?, ¿Cuáles son los límites de la existencia? 

     El trayecto carismático de Truman nos evidencia nuestra búsqueda por apaciguar nuestro endeble vivir. La música del film, compuesta por Phillip Glass, puntualiza tanto en esa emoción de vitalidad así como en ese accionar monótono de la vida del protagonista. Tal pareciese que es el comienzo del andar de un Zaratustra escrito por una pluma más optimista que la de Friedich Nietzche. Pero no hay que asustarnos. El excelso guion del film escrito por Andrew Niccol (que le mereció una nominación al Oscar), provee un  discurso accesible tanto para quien este completamente metido en los cuestionamientos filosóficos de diversos autores, así como del televidente promedio.

     Al final, solo cabe preguntarse si nuestra historia es más semejante a la de Truman y su búsqueda por las respuestas a su mundo, o a la de los televidentes que solo están dispuestos a vivirla frente a una pantalla. Cuando encontremos la respuesta, quizá podremos saludar, tal como el protagonista, y dar los buenos días, las buenas tardes y las buenas noches, solo por si acaso ya no estamos aquí.


Calificación: 9/10


jueves, 29 de diciembre de 2016

Reseña: Vértigo

Imagen propiedad de Universal Pictures.

Reseña: Vértigo

Año: 1958
Duración: 128 min
Director: Alfred Hitchcock
Género: Thriller psicológico/Romance
Clasificación: B


Por Cristhian Ponce


     El maestro del suspenso. Así llamaban a un tal Alfred Hitchcock, un director de cine de origen británico que había logrado consolidarse como un mago del montaje y la edición para la pantalla chica con su afamado show “Hitchcock Presents” y que posteriormente había logrado trasladar de forma magistral su concepto artístico al cine en cintas magistrales como “Psycho” y “Rear Window”. En esos trabajos, Hitchcock ya había demostrado y sentado las bases de lo que el cine podía lograr si se llevaba su lenguaje al límite. ¿Qué más podría hacer? Seguir afrontando los temores más internos que aquejan al ser humano. El maestro debía continuar en el arte de la cámara, el buen Alfred tenía que hacer “Vertigo”.

     En esta cinta vemos como Scottie Ferguson (James Stewart) es un ex–detective retirado quien es contratado por Gavin Elster (Henry Jones) un hombre desesperado por el bienestar de su esposa Madeleine Elster (Kim Novak) de quien hay dudas de si está teniendo un contacto extraño con una mujer del más allá o de si se encuentra perdiendo la cordura. Scottie deberá vigilar lo que la joven y bella Madeleine haga, lidiando también con un gran problema: la acrofobia (ataques de vértigo, miedo a las alturas) misma que padece Scottie.

A simple vista, y a juzgar por el nombre de la cinta, podríamos asegurar que la película abusara del temor a las alturas del protagonista. Tremendo error. Hitchcock conoce ese aspecto sobremanera y lo utiliza a su favor. Vértigo es una cinta que funge como una master-class de cine a un público que ha cedido a las obviedades propuestas por los filmes que nos bombardean actualmente. El director no abusa de los recursos del suspenso, los usa inteligentemente en momentos clave, volviendo a dichos momentos en sucesos memorables. Sabe en qué momento cambiar de toma e intercalar en el montaje y la edición una sucesión de imágenes que transmitan una emoción, una tensión fantasmal que va in crescendo. No hablamos solamente del uso magistral del zoom-out (alejamiento de la cámara) usados en primera persona y que nos transmiten de manera impactante el terror a las alturas que aqueja al protagonista, sino también nos referimos de esos cuadros románticos, cada toma pictórica, imágenes que nos transmiten sensaciones que nos eriza la piel. Y es que hay que entender algo: Vértigo va más allá del temor a las alturas, su idea nos confronta a temores mucho más profundos, a cosas que no queremos aceptar debido a lo dolorosas que pueden ser, como afrontar que los seres que más amamos no son quienes nosotros pensamos.

La cinta hace gala de un magnifico guión que desarrolla a sus personajes hasta hacerlos entrañables, con frases que recordaremos la vida entera, que nos recordaran nuestras propias vivencias de nuestra a veces absurda realidad. La excelente música de Bernard Hermann adereza e intensifica tanto la tensión como el palpitar del corazón dirigido por la pasión de los personajes. Y es que la química entre Novak y Stewart es evidente desde sus primeras apariciones en pantalla, mismos que demuestran porque son estrellas inmortales que se quedarán en el infinito del siempre presente arte del celuloide. Eso solo hace que los hilos conductores del filme vayan hasta el límite, llevándonos al filo de un idilio que es difícil de explicar, que no se consuma, que se intensifica a cada instante.

Amores prohibidos, el tener que afrontar nuestras obsesiones amorosas. ¿Amamos acaso solo una ilusión de lo que son las personas?, ¿Realmente queremos a las personas por quiénes son?, o peor aún: ¿Estamos dispuestos a que nos acepten tal cual somos? La narrativa de la película es una poética bizarra que resulta extrañamente hermosa, completamente bella.


Nadie que se haya enamorado profundamente afrontaría la perdida con facilidad. Afrontar que lo que se encontraba entre nosotros ha desaparecido para jamás volver nos puede atormentar perpetuamente. El simple hecho de imaginarlo nos da pavor, nos eriza la piel. Por eso le llamaban el maestro del suspenso, por mantener la tensión en los momentos más insospechados. Por revelarnos aquellas cosas que no queremos afrontar, pero que nos hacen crecer como individuos cuando reflexionamos sobre ellas. Ese es el verdadero vértigo, las caídas que realmente nos duele afrontar.

Calificación: 10/10