jueves, 29 de diciembre de 2016

Reseña: Vértigo

Imagen propiedad de Universal Pictures.

Reseña: Vértigo

Año: 1958
Duración: 128 min
Director: Alfred Hitchcock
Género: Thriller psicológico/Romance
Clasificación: B


Por Cristhian Ponce


     El maestro del suspenso. Así llamaban a un tal Alfred Hitchcock, un director de cine de origen británico que había logrado consolidarse como un mago del montaje y la edición para la pantalla chica con su afamado show “Hitchcock Presents” y que posteriormente había logrado trasladar de forma magistral su concepto artístico al cine en cintas magistrales como “Psycho” y “Rear Window”. En esos trabajos, Hitchcock ya había demostrado y sentado las bases de lo que el cine podía lograr si se llevaba su lenguaje al límite. ¿Qué más podría hacer? Seguir afrontando los temores más internos que aquejan al ser humano. El maestro debía continuar en el arte de la cámara, el buen Alfred tenía que hacer “Vertigo”.

     En esta cinta vemos como Scottie Ferguson (James Stewart) es un ex–detective retirado quien es contratado por Gavin Elster (Henry Jones) un hombre desesperado por el bienestar de su esposa Madeleine Elster (Kim Novak) de quien hay dudas de si está teniendo un contacto extraño con una mujer del más allá o de si se encuentra perdiendo la cordura. Scottie deberá vigilar lo que la joven y bella Madeleine haga, lidiando también con un gran problema: la acrofobia (ataques de vértigo, miedo a las alturas) misma que padece Scottie.

A simple vista, y a juzgar por el nombre de la cinta, podríamos asegurar que la película abusara del temor a las alturas del protagonista. Tremendo error. Hitchcock conoce ese aspecto sobremanera y lo utiliza a su favor. Vértigo es una cinta que funge como una master-class de cine a un público que ha cedido a las obviedades propuestas por los filmes que nos bombardean actualmente. El director no abusa de los recursos del suspenso, los usa inteligentemente en momentos clave, volviendo a dichos momentos en sucesos memorables. Sabe en qué momento cambiar de toma e intercalar en el montaje y la edición una sucesión de imágenes que transmitan una emoción, una tensión fantasmal que va in crescendo. No hablamos solamente del uso magistral del zoom-out (alejamiento de la cámara) usados en primera persona y que nos transmiten de manera impactante el terror a las alturas que aqueja al protagonista, sino también nos referimos de esos cuadros románticos, cada toma pictórica, imágenes que nos transmiten sensaciones que nos eriza la piel. Y es que hay que entender algo: Vértigo va más allá del temor a las alturas, su idea nos confronta a temores mucho más profundos, a cosas que no queremos aceptar debido a lo dolorosas que pueden ser, como afrontar que los seres que más amamos no son quienes nosotros pensamos.

La cinta hace gala de un magnifico guión que desarrolla a sus personajes hasta hacerlos entrañables, con frases que recordaremos la vida entera, que nos recordaran nuestras propias vivencias de nuestra a veces absurda realidad. La excelente música de Bernard Hermann adereza e intensifica tanto la tensión como el palpitar del corazón dirigido por la pasión de los personajes. Y es que la química entre Novak y Stewart es evidente desde sus primeras apariciones en pantalla, mismos que demuestran porque son estrellas inmortales que se quedarán en el infinito del siempre presente arte del celuloide. Eso solo hace que los hilos conductores del filme vayan hasta el límite, llevándonos al filo de un idilio que es difícil de explicar, que no se consuma, que se intensifica a cada instante.

Amores prohibidos, el tener que afrontar nuestras obsesiones amorosas. ¿Amamos acaso solo una ilusión de lo que son las personas?, ¿Realmente queremos a las personas por quiénes son?, o peor aún: ¿Estamos dispuestos a que nos acepten tal cual somos? La narrativa de la película es una poética bizarra que resulta extrañamente hermosa, completamente bella.


Nadie que se haya enamorado profundamente afrontaría la perdida con facilidad. Afrontar que lo que se encontraba entre nosotros ha desaparecido para jamás volver nos puede atormentar perpetuamente. El simple hecho de imaginarlo nos da pavor, nos eriza la piel. Por eso le llamaban el maestro del suspenso, por mantener la tensión en los momentos más insospechados. Por revelarnos aquellas cosas que no queremos afrontar, pero que nos hacen crecer como individuos cuando reflexionamos sobre ellas. Ese es el verdadero vértigo, las caídas que realmente nos duele afrontar.

Calificación: 10/10


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