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Imagen propiedad de Universal Pictures. |
Reseña: Vértigo
Año: 1958
Duración: 128 min
Director: Alfred Hitchcock
Género: Thriller psicológico/Romance
Clasificación: B
Por Cristhian Ponce
El
maestro del suspenso. Así llamaban a un tal Alfred Hitchcock, un director de
cine de origen británico que había logrado consolidarse como un mago del
montaje y la edición para la pantalla chica con su afamado show “Hitchcock Presents” y que posteriormente
había logrado trasladar de forma magistral su concepto artístico al cine en
cintas magistrales como “Psycho” y
“Rear Window”. En esos trabajos, Hitchcock ya había demostrado y sentado las
bases de lo que el cine podía lograr si se llevaba su lenguaje al límite. ¿Qué
más podría hacer? Seguir afrontando los temores más internos que aquejan al ser
humano. El maestro debía continuar en el arte de la cámara, el buen Alfred
tenía que hacer “Vertigo”.
En
esta cinta vemos como Scottie Ferguson (James Stewart) es un ex–detective retirado
quien es contratado por Gavin Elster (Henry Jones) un hombre desesperado por el
bienestar de su esposa Madeleine Elster (Kim Novak) de quien hay dudas de si
está teniendo un contacto extraño con una mujer del más allá o de si se
encuentra perdiendo la cordura. Scottie deberá vigilar lo que la joven y bella
Madeleine haga, lidiando también con un gran problema: la acrofobia (ataques de
vértigo, miedo a las alturas) misma que padece Scottie.
A simple
vista, y a juzgar por el nombre de la cinta, podríamos asegurar que la película
abusara del temor a las alturas del protagonista. Tremendo error. Hitchcock
conoce ese aspecto sobremanera y lo utiliza a su favor. Vértigo es una cinta
que funge como una master-class de cine a un público que ha cedido a las
obviedades propuestas por los filmes que nos bombardean actualmente. El
director no abusa de los recursos del suspenso, los usa inteligentemente en
momentos clave, volviendo a dichos momentos en sucesos memorables. Sabe en qué
momento cambiar de toma e intercalar en el montaje y la edición una sucesión de
imágenes que transmitan una emoción, una tensión fantasmal que va in crescendo.
No hablamos solamente del uso magistral del zoom-out (alejamiento de la cámara)
usados en primera persona y que nos transmiten de manera impactante el terror a
las alturas que aqueja al protagonista, sino también nos referimos de esos
cuadros románticos, cada toma pictórica, imágenes que nos transmiten
sensaciones que nos eriza la piel. Y es que hay que entender algo: Vértigo va
más allá del temor a las alturas, su idea nos confronta a temores mucho más
profundos, a cosas que no queremos aceptar debido a lo dolorosas que pueden
ser, como afrontar que los seres que más amamos no son quienes nosotros
pensamos.
La cinta
hace gala de un magnifico guión que desarrolla a sus personajes hasta hacerlos
entrañables, con frases que recordaremos la vida entera, que nos recordaran
nuestras propias vivencias de nuestra a veces absurda realidad. La excelente
música de Bernard Hermann adereza e intensifica tanto la tensión como el
palpitar del corazón dirigido por la pasión de los personajes. Y es que la química
entre Novak y Stewart es evidente desde sus primeras apariciones en pantalla,
mismos que demuestran porque son estrellas inmortales que se quedarán en el
infinito del siempre presente arte del celuloide. Eso solo hace que los hilos
conductores del filme vayan hasta el límite, llevándonos al filo de un idilio
que es difícil de explicar, que no se consuma, que se intensifica a cada
instante.
Amores
prohibidos, el tener que afrontar nuestras obsesiones amorosas. ¿Amamos acaso solo
una ilusión de lo que son las personas?, ¿Realmente queremos a las personas por
quiénes son?, o peor aún: ¿Estamos dispuestos a que nos acepten tal cual somos?
La narrativa de la película es una poética bizarra que resulta extrañamente
hermosa, completamente bella.
Nadie que
se haya enamorado profundamente afrontaría la perdida con facilidad. Afrontar
que lo que se encontraba entre nosotros ha desaparecido para jamás volver nos
puede atormentar perpetuamente. El simple hecho de imaginarlo nos da pavor, nos
eriza la piel. Por eso le llamaban el maestro del suspenso, por mantener la
tensión en los momentos más insospechados. Por revelarnos aquellas cosas que no
queremos afrontar, pero que nos hacen crecer como individuos cuando
reflexionamos sobre ellas. Ese es el verdadero vértigo, las caídas que
realmente nos duele afrontar.
Calificación: 10/10
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